El absentismo es ideología
Lo que se presenta como un
término técnico es en realidad una construcción política, igual que la
austeridad en la crisis de 2008, y tiene los mismos padres
Absentismo,
la palabra de moda. Ha hecho fortuna, se ha instalado en el debate público como
si fuera un concepto técnico, pero es ideología. Como la austeridad en la
crisis de 2008, y tiene los mismos padres. Su inclusión y normalización es una
maniobra de gran habilidad: convierte en aséptico un término cargado de
intención y, de esta forma, lo homologa. Crea un nuevo sentido común.
Voluntariamente o por inercia, todo el mundo usa la
palabra como si fuera blanca. Aunque sea otra cosa, da a entender que se refiere
a las personas que faltan a su trabajo porque sí. El equívoco se adereza con
unas cifras y ya se pueden extraer las conclusiones que interesan: el 9% del
personal se escaquea y Gipuzkoa bate récords en una Euskadi líder mundial.
Absentismo debería referirse a faltar al trabajo sin justificación ni cobertura
legal. Sin embargo, incluye las bajas médicas, los permisos retribuidos,
accidentes de trabajo, maternidad, paternidad, permisos por boda,
hospitalización de un familiar cercano, huelgas... En ninguno de esos casos la
persona falta a trabajar: no tiene que ir, que es distinto. Meterlo todo en el
mismo saco no es un imperativo técnico. Se hace así porque alguien quiere.
Una particularidad del absentismo es que, pese a la
resonancia que tiene en el debate público, no hay estadísticas oficiales, sino
que se toman los datos de consultoras de trabajo temporal o asociaciones
empresariales como Confebask o Adegi en sus últimos informes de coyuntura,
donde no falta el paquete completo habitual de altos costes salariales, nuevas
exigencias fiscales y lamento por la falta de trabajadores cualificados.
La batalla cultural del absentismo es otra palanca de
una estrategia más amplia por cambiar las relaciones laborales. Y funciona. Ahí
está el globo sonda de las 'bajas flexibles' de la ministra Saiz. A ella le
costará el cargo, pero el mensaje queda. El término culpa al trabajador,
establece una relación de adversarios entre empresa y empleados. Pero si se lo
que se buscan son soluciones y no solo el beneficio propio, tocará analizar el
problema (que lo hay, y serio) desde todos los ángulos. Es preciso un análisis
crítico. La inmensa mayoría de las bajas no son fraudulentas. Los caraduras
profesionales, maestros en conseguir no ir a trabajar nunca (que siempre suelen
ser los mismos, en todas las empresas, públicas y privadas), provocan que el
problema se caricaturice y que, así, no se cuestione el nudo gordiano de la
cuestión: si las condiciones laborales agudizan el problema.
Para un análisis del absentismo riguroso y no solo de
parte será necesario encender la luz en toda la sala y no solo poner la lupa de
la culpabilidad sobre el trabajador. Preguntarse de forma seria por qué crecen
las bajas, si la automatización y las nuevas tecnologías que venían para ayudar
han provocado que cada vez se asuman más tareas, a costa de la salud. Si hay
patrones de gobernanza tóxicos. Es tarea de las instituciones conocer si hay un
conjunto de factores que produce el efecto de más bajas. También si hay
derivación indebida (con sus costes) al sistema público de salud como
contingencias comunes de lo que son bajas con origen profesional y, por tanto,
con otras obligaciones para empresas y mutuas. El mandato institucional es
descartar que haya cualquier fraude, no comprar marcos. Si la ausencia es
legal, no es absentismo, es un derecho.
Incluso dando por buenos los datos de las ETTs, de ese
absentismo en torno al 9% el 20% serían bajas injustificadas. Lo que significa
que hasta con esos números interesados el 1,8% del total de trabajadores
faltaría a su puesto mientras el 98,2% hace lo que debe. Estos estudios no
suelen incluir el cálculo del número de personas que acuden a sus puestos
enfermas por miedo a perder el empleo ni las horas extras que no se pagan.
Es necesario un
diagnóstico solvente que permita abordar el problema desde parámetros
objetivos, no ideológicos, y no asumir de forma acrítica el concepto como si
fuera un fenómeno meteorológico inevitable y el hombre del tiempo no tuviera la
culpa de que llueva.