Dos empleados de Bidegi trabajan en la sala de control de la autopista AP-1, verdadero corazón desde el que se vigila el correcto funcionamiento de todos los sistemas de seguridad con que cuenta la autopista.
D.V. 27.02.2011
LOS OJOS Y EL CELEBRO DE LA AP1.
El centro de control de Ondartza vela por la seguridad del tráfico en la autopista AP-1. El caserío Ondartza de Bergara alberga desde 2003 los ojos y el cerebro que controlan la AP-1
Más de la mitad de los 46 kilómetros de la autopista Eibar-Vitoria discurren ocultos bajo tierra. Pero ni uno solo escapa al escrutinio de las cámaras, sensores, detectores y demás dispositivos que velan por la seguridad del tráfico que circula por sus entrañas o transita al aire libre. Los ojos y el cerebro que rigen este sofisticado despliegue de tecnología están en Ondartza, un antiguo caserío bergarés de origen nobiliario, cuna de este apellido que en euskara significa 'arenal'.
Su ubicación a pie de autopista, junto al peaje que lleva su nombre, fue a la vez su condena y su salvación. El histórico caserío quedaba encerrado en un islote rodeado de carreteras. Sus últimos moradores -la familia Elgarresta Garitano- vendieron la propiedad a la Diputación Foral en 2000. Tres años más tarde y un millón de euros después, Ondartza se convertía en los ojos y el cerebro de la AP-1. El centro de control de Bergara depende de la Agencia Guipuzcoana de Infraestructuras Bidegi, y está gestionado por Bidelan, empresa adjudicataria de la explotación, mantenimiento y conservación de la Eibar-Vitoria.
Desde la amplia sala de operaciones del centro, tapizada de pantallas y monitores, dos 'controladores' velan permanentemente porque todo funcione correctamente en esta vía que soporta una circulación media diaria 15.000 vehículos. Cinco relevos de dos empleados se suceden cada ocho horas al frente de esta 'torre de control' que funciona, bajo la supervisión del responsable de turno, ininterrumpidamente las 24 horas del día.
Pese a que el centro de control de Ondartza cumplió siete años el pasado mes de diciembre, pocos son los debagoiendarras que conocen la labor que se desarrolla entre los muros de esta antigua casa-torre medieval bergaresa.
«Hay un gran desconocimiento sobre la realidad del trabajo que se desarrolla en este centro» explicaba Maite. Esta joven bergaresa es una de las controladoras empleadas en Ondartza. Su cometido, al igual que el de sus restantes cinco compañeros, consiste en observar atentamente y resolver con la máxima celeridad cualquier incidencia reportada por los sistemas de aviso y detección que jalonan la autopista. Estos sensores «nos permiten detectar inmediatamente cualquier vehículo parado o movimiento humano o animal en el interior de un túnel» explicaba la operadora. Sensores de movimiento delatan cualquier intrusión, y las cámaras instaladas a intervalos de 150 metros visualizan inmediatamente el problema, sea un vehículo detenido, un objeto sobre la calzada o un conductor que, presa de una urgencia fisiológica, busca alivio en el arcén. Todo lo ven los ojos escrutadores de Ondartza, en imágenes que saltan incansables de pantalla en pantalla y de plano en plano en un barrido continuo de los 46 kilómetros de la autopista.
Paralelamente, los monitores que abarrotan la sala de operaciones vigilan los dispositivos de seguridad desplegados por la autopista. Si la temperatura del túnel se eleva por encima de lo establecido; si la concentración de monóxido de carbono rebasa los parámetros de seguridad; si se detecta niebla o hielo; si alguno de los postes SOS deja de funcionar; si se producen fallos en la iluminación... la alerta llega inmediatamente a los ordenadores del centro de control. Cada incidencia, desde el más leve problema técnico al más grave accidente ocasionado, digamos, por un transporte peligroso a su paso por un túnel, se hallan contemplados en el protocolo de intervención por el que se guía el centro de Ondartza. Un protocolo de nada menos que 700 páginas que describe una a una las intervenciones correspondientes a los casos de preemergencia coloreados en verde, a los emergencia de nivel 0 en amarillo, a los de emergencia de nivel 1 en naranja, y, finalmente, a los emergencia de nivel 2 en rojo. Una alerta máxima que afortunadamente nunca se ha producido en los 7 años de vida de la AP-1 (el primer tramo se inauguró en 2003 y toda la autopista Eibar-Vitoria se abrió en 2009). Pero la autopista tampoco se ha librado de episodios luctuosos como el atropello mortal de un camionero en Bergara sucedido tiempo atrás o, más recientemente, el accidente mortal que el pasado verano costó la vida a un súbdito belga en el túnel de Isuskitza (Leintz-Gatzaga). Este, de 3,4 kilómetros, es el más largo y por tanto el mejor exponente de las punteras medidas de seguridad con que han sido dotados los restantes 10 túneles de la AP-1. Sobre todo tras el trágico accidente ocasionado por un camión que se incendió en el túnel de Mont Blanc en 1999 y que dejó un saldo de 39 fallecidos.
Mientras el centro de control de Ondartza se mantiene alerta para evitar que nada parecido suceda aquí, la actividad cotidiana de sus operarios se centra en las tareas rutinarias como escribir las alertas que exhiben las señales electrónicas, transmitir los partes de incidencias al personal de mantenimiento y en estar ojo avizor por si se producen conductas extrañas como la de «un estudiante que se dirigía a un examen cuando, de pronto, en el interior del túnel de Gallaztegi, cambió de opinión y, ni corto ni perezoso, dio media vuelta y continuó en dirección contraria». Los controladores dieron inmediatamente aviso a la Ertzaintza, que detuvo a este piloto suicida. En otra ocasión detectaron la presencia de un coche estacionado en el viaducto de Larreategi, en Soraluze. Al acercarse el personal de servicio descubrieron que se habían quedado sin gasolina, y uno de los viajeros había ido a dedo a buscar gasolina.
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